Miguel
Hernández tuvo tan mala suerte que a la propia de sus últimos años y las
connotaciones que rodearon su muerte, se sumó después -sobre todo con la
cultura, y más con unas que con otras-
la crisis económica, aunque también social, de valores y coherencias, que
envolvieron las fechas del centenario de su nacimiento (2010). Aquel año hernandiano resultó ser la viva
imagen de un niño pobre con pañales de niño pobre. A falta de los actos y
fastos que el personaje y su obra merecían, otros, con cientos de actividades
de mucha menor repercusión, intentamos, y logramos, que tal efemérides no
pasara desapercibida.
También
su legado ha ido a parar a donde él jamás imaginó. Lejos de su Orihuela natal,
la tierra en la que pastoreó mientras componía versos. Son actitudes y
decisiones a las que los muertos no pueden objetar.
Y
con Paco Rabal, que tantas similitudes naturales y sociales comparte con el
poeta influenciado por los vientos del
pueblo, ya está ocurriendo lo mismo. Al actor de la Cuesta de Gos le sonrió la
vida más que a su admirado cabrero autodidacta; vivió más años que él y saboreó
personalmente su ascenso al olimpo de los mitos, ese séptimo cielo en el que
también vive, solamente, el espíritu de Miguel.
Con
tristeza, o solamente con indiferencia hacia la condición humana, Paco, en su
etéreo espacio, habrá interiorizado cómo sus cenizas dejaron de estar donde él
quiso que yacieran, en su cuna minera, a la esponta
de la Almenara: Lo tengo bien pensado, amigos míos,/un día me sentaré, la cara al viento,/aquí, junto a este mar que vi de niño/y aquí, bajo este sol, bajo este cielo/y oyendo vuestros pasos a mi lado/me dejaré dormir un largo sueño.
Y
ese mismo rincón, casi paradisiaco, con el mar al fondo (“mira, Paquico, desde aquí se ve el mundo”), por el que tanto luchó Paco para que se optimizaran
sus condiciones de vida, y que debiera ver mejorado su acceso -tanto para
propios como en beneficio de los muchos forasteros que hasta allí suelen acudir
casi en peregrinaje-, también puede verse expoliado de lo único, físico, no
espiritual, que le queda de su hijo más ilustre, la escultura que nos lo
recuerda y que llegó para sustituir a sus cenizas.
Y
como el devenir del tiempo, en su guión improvisado cual rayo que no cesa, sigue enarbolando su impetuosidad sorpresiva, un manotazo duro, un golpe helado
intenta derribar, de un empujón, otro trozo de la memoria de Paco: la fuga y
viaje, no se sabe a dónde, de las menciones, trofeos y premios que, otorgados
al actor durante su carrera, todavía siguen depositados en Águilas, en la Casa de la Cultura Francisco
Rabal, desde que él las donara para regocijo y disfrute de su pueblo.
Aunque
los muertos ya no pueden opinar -¡ay si algunas veces levantaran la cabeza!-,
¿es que no merecen respeto su memoria y deseos expresados en vida?
Miguel Ángel Blaya Pte. de la Asociación Milana Bonita Paco Rabal en el recuerdo.
http://www.laverdad.es/murcia/culturas/201406/19/respetad-memoria-muertos-20140619003246-v.html
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