MANUEL VÁZQUEZ MONTALBAN
(Publicado en El País el 3/9/2001)
¡Qué guapo estaba, caballero sobre un caballo blanco, aquel Rabal de la década de 1950 que se comía las pantallas de celuloide y a buena parte de sus protagonistas femeninos!
Le vi en una casa de fotografías de Águilas, en el verano de 1956, durante un viaje iniciático para conocer el lugar de donde procedía la familia de mi madre y al que ella había hecho un viaje mágico antes de la guerra, en un barco, Barcelona-Águilas, recomendada por mi abuelo a un marino, paisano.
En el verano de 1956, Águilas todavía se parecía a sí misma más que a Benidorm, cul de sac en una España toda ella cul de sac, a pocos meses ya del plan de estabilización y de que el capitalismo español se quitara casi definitivamente la camisa azul.
Cada vez que he hablado con Rabal, Águilas estaba presente como una de nuestras tres complicidades y en los últimos años le emocionaba que yo le hubiera visto tan guapo en tan brava fotografía, y tal vez por ello me dedicó dos o tres poemas, cómplices en la búsqueda de la poesía, o tal vez me los dedicara porque aparte de Águilas y la poesía, el comunismo nos unió en secreto unos cuantos años, en esperanza otros cuantos y en melancolía los últimos. Aunque no era Paco en público animal melancólico, sino de contagiosa vitalidad inocente, santidad inocente.
La última vez que le vi rondaba el esplendor interpretativo de Goya y fue en particular casa donde un reducido grupo de amigos despedíamos a Anguita de su destierro madrileño y le devolvíamos al califato de Córdoba, porque aunque era imposible que pudiera recuperar el trono, siempre se debe volver al lugar donde te has meado por primera vez en los cuatro horizontes que crucifican el mundo. Mi cita es de Brassens o de Francis Jammes.
Actor total, aguilista más que aguileño ejemplar, excelente poeta de sobremesa, fidelísimo amante infiel, amigo de todo lo vivo condenado a morir, comunista por solidario, no pidió perdón por haber sido todo lo que tan excelentemente había sido. Afortunado, tenía rostro de Bradomín en sus años de pelea y de Goya en los de memoria y terror, dubitativa la elección entre la Geometría y la Compasión. Alguien ha declarado que la muerte de Rabal es una pérdida irreparable. Eso es lo que yo quería decir.
(Publicado en El País el 3/9/2001)
¡Qué guapo estaba, caballero sobre un caballo blanco, aquel Rabal de la década de 1950 que se comía las pantallas de celuloide y a buena parte de sus protagonistas femeninos!
Le vi en una casa de fotografías de Águilas, en el verano de 1956, durante un viaje iniciático para conocer el lugar de donde procedía la familia de mi madre y al que ella había hecho un viaje mágico antes de la guerra, en un barco, Barcelona-Águilas, recomendada por mi abuelo a un marino, paisano.
En el verano de 1956, Águilas todavía se parecía a sí misma más que a Benidorm, cul de sac en una España toda ella cul de sac, a pocos meses ya del plan de estabilización y de que el capitalismo español se quitara casi definitivamente la camisa azul.
Cada vez que he hablado con Rabal, Águilas estaba presente como una de nuestras tres complicidades y en los últimos años le emocionaba que yo le hubiera visto tan guapo en tan brava fotografía, y tal vez por ello me dedicó dos o tres poemas, cómplices en la búsqueda de la poesía, o tal vez me los dedicara porque aparte de Águilas y la poesía, el comunismo nos unió en secreto unos cuantos años, en esperanza otros cuantos y en melancolía los últimos. Aunque no era Paco en público animal melancólico, sino de contagiosa vitalidad inocente, santidad inocente.
La última vez que le vi rondaba el esplendor interpretativo de Goya y fue en particular casa donde un reducido grupo de amigos despedíamos a Anguita de su destierro madrileño y le devolvíamos al califato de Córdoba, porque aunque era imposible que pudiera recuperar el trono, siempre se debe volver al lugar donde te has meado por primera vez en los cuatro horizontes que crucifican el mundo. Mi cita es de Brassens o de Francis Jammes.
Actor total, aguilista más que aguileño ejemplar, excelente poeta de sobremesa, fidelísimo amante infiel, amigo de todo lo vivo condenado a morir, comunista por solidario, no pidió perdón por haber sido todo lo que tan excelentemente había sido. Afortunado, tenía rostro de Bradomín en sus años de pelea y de Goya en los de memoria y terror, dubitativa la elección entre la Geometría y la Compasión. Alguien ha declarado que la muerte de Rabal es una pérdida irreparable. Eso es lo que yo quería decir.
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